Manuel Plaza primer pódium Olímpico



Estimados adjunto una nota de uno de los medios locales, en esta se da antecedentes de la vida deportiva del primer atleta Chile que alcanzo el pódium Olímpico, me refiero a fondista Manuel Plaza.   
Para Manuel Plaza Reyes, los treinta kilómetros que recorría desde su natal Lampa para llegar a vender diarios al centro de Santiago estuvieron lejos de ser una barrera infranqueable. Como uno de los 11 hijos de una dueña de casa y un trabajador de la compañía inglesa de teléfonos, sus opciones no se dieron por montones pero, aquella que apareció y que lo llevó por el lado del deporte, le haría ser el primer chileno en ganar una medalla olímpica.
Para colgarse la plata en los Juegos Olímpicos de Ámsterdam 1928, Plaza primero se transformó en el dominador de las pruebas de fondo en Sudamérica durante la década de 1920. A su sexto puesto en la maratón de los JJ. OO. de París 1924, el lampino agregaría en el Campeonato Sudamericano de Atletismo de 1923 un tercer puesto en los cinco mil metros y una segunda ubicación en los diez mil; además, ganaría cuatro medallas de oro en las siguientes tres ediciones (1924, 1926 y 1927), en las pruebas de cinco mil y diez mil metros, cross y tres mil metros por equipos. Su triunfo en el cross y los 32 kilómetros los emularía en 1933.
Pero más allá de los resultados, la prensa especializada no le otorgaba al chileno opciones de ubicarse en una ubicación de privilegio. Ni aunque hubiese sido sexto en los Juegos anteriores, ocasión en la que algunas versiones indicaron que se había extraviado en plena carrera, lo que le habría impedido lograr un mejor resultado, pero esto nunca logró comprobarse.
Su sitial era el de referente del atletismo, tras su gran actuación en el Sudamericano de 1924 y luego de ser abanderado de la delegación olímpica en París -lo que repetiría cuatro años más tarde en Holanda-. Condición que, respondiendo a lo que anota el investigador Eduardo Santa Cruz en su ensayo Los comienzos del Olimpo, “exhibe una diferencia básica con los ídolos provenientes de la música, el cine o el teatro y ella dice relación con que el deportista asume las condiciones del héroe mítico, debido al carácter agonístico de lucha, de triunfo y derrota que es propio del universo de los deportes”.
Fue el caso de Plaza, quien de vender diarios en el centro capitalino pasó a codearse con los mejores atletas del mundo. Y fue la pista olímpica de Ámsterdam el lugar para una gran proeza que en la antesala contó con la lesión de su compañero Óscar Molina, lo que aumentó su presión de cara a la competencia.
“Estoy en las vísperas de mi gran carrera”, le escribió Plaza a uno de sus hermanos antes de viajar a Europa y agregó que “sólo me cabe encargarte de que cuides de mi trabajo, lo desempeñes de la mejor forma posible, no contraríes a la Rosa, haz lo que ella te diga y vigila que los chiquillos no le hagan pasar muchas rabias”.
En Holanda, las cosas no resultaban bien para el chileno que 15 días antes de la carrera sufría con las bajas temperaturas que le acrecentaban los dolores a su rodilla. Pero, tal como había alcanzado notoriedad seis años antes ganando la carrera Santiago-Valparaíso y coronándose campeón en el Sudamericano de Río de Janeiro, Plaza no estaba dispuesto a bajar los brazos y lo demostraría en la pista.
Nadie sabía mucho del chileno, menos que se vendaba la cabeza con un trapo impregnado de esencia de manzanilla para concentrarse ni que, cuando corría, llevaba un puñado de porotos, que iba soltando a medida que pasaba a un rival. Así, arrancó en el puesto 51 entre 69 maratonistas y comenzó a escalar posiciones hasta quedar noveno a la altura del kilómetros 27 y a 400 metros de los líderes. El dirigente Carlos Fanta estimuló a Plaza, quien inició el sprint final a siete kilómetros de la meta, hasta ubicarse como sublíder cuando le faltaban mil metros, posición que no soltaría hasta el final.
Finalmente, ese 5 de agosto de 1928, el otrora suplementero entraría en la historia del deporte criollo, aunque con un poroto en la mano, el que soltarían 86 años después Nicolás Massú y Fernando González en Atenas.